La amaba con ese amor terrible, posesivo, absoluto con que aman los niños solitarios...
No podía imaginar su existencia sin ella, sin su incesante parloteo, su curiosidad, sus caricias infantiles y la ciega admiración que ella le manifestaba. Ella pretendía tragarse el mundo y él vivía abrumado por la realidad.
Él lamentaba de antemano las desgracias que podían separarlos, pero ella era muy niña para imaginar el futuro.
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